JAIME LAVADO GARAYOA | Fotografía: Laura Pena |
Por la Plaza Roja de Moscú desfilaba una multitud. Muchos portaban una bandera roja, con los símbolos dorados de la hoz y el martillo; otros la imagen de una reliquia pasada. Una fotografía en la que figuraba un rostro con adustos bigotes y mirada confiada, característica de todas esas figuras que pasan a la historia. Esta foto despierta pasiones entre algunos rusos a pesar de los años de hambruna y extrema pobreza que el país pasó bajo su mandato. Quién diría que tras casi 70 años de su muerte, Joseph Stalin seguiría siendo objeto de culto.
Rusia ha sabido siempre el peso que tienen las palabras ‘Comunicación de masas’. Ya en la Revolución de Octubre, donde se comenzó a gestar la URSS, Lenin era consciente del poder que la prensa tenía como arma propagandística. Por lo que prohibió la prensa burguesa, que era la principal voz antagónica del discurso revolucionario, e hizo que los medios estuvieran al servicio del Estado. Sumado a esto, la Kominform, principal órgano de la URSS, se encargó de la elaboración de propaganda de estado para adoctrinar a la población.
Ambos componentes, control de medios y propaganda, mezclados, crean un clima perfecto para influir sobre la opinión pública y manipularla a antojo. De esto se valía Rusia hasta después de Gorbachov. Un modelo que imitaron otros países socialistas como Corea, Cuba o Venezuela.
Mención aparte para los dos últimos. Estos regímenes comunistas de Latinoamérica aprendieron de las técnicas empleadas por los rusos. En Cuba, por ejemplo, encontramos que los principales medios de comunicación en prensa son el Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores. Todos son diarios que pertenecen de una manera más o menos directa a órganos del gobierno. Además, páginas como Wikipedia están prohibidas. En su lugar, existe una alternativa controlada por el Estado, EcuRed, creada con la intención de que los cubanos no puedan acceder a unos conocimientos veraces. Venezuela tiene, por otro lado, una manera peculiar de hacer culto al líder, cercano al show business americano como vemos en el programa Aló Presidente. Emitido todos los domingos en la televisión y protagonizado por el ex-presidente Hugo Chávez, hacía propaganda de estado a la vez que acercaba la figura del líder a la audiencia.
Volvamos de nuevo a Rusia, esta vez en la actualidad. Por la Plaza Roja nadie conmemora a los pasados líderes, solo hay gente indignada con la política de guerra del Kremlin. En más de 54 ciudades rusas, las plazas se llenan de manifestantes que portan grandes pancartas con un ‘NO A LA GUERRA’, inscrito que no tardan en ser destrozadas a golpe de porra por los antidisturbios. Miles de ellos son detenidos.
Los informativos y los diarios tienen prohibido por el gobierno usar palabras como ‘invasión’ u ‘ofensiva’ y los medios que tratan el conflicto en Ucrania desde un punto de vista contrario al establecido, son cerrados.
Las técnicas de censura, de manipulación y de propaganda han cambiado. Internet y las redes sociales han supuesto un nuevo tablero de juego al que Rusia se ha adaptado. No solo por saber limitar el acceso a páginas web, sino también por aprovecharse de los algoritmos en las redes sociales para difundir desinformación de forma sistemática.
De esta manera, se trata de justificar la invasión a Ucrania. Medios de comunicación como Sputnik o RT difunden noticias pro-rusas en varios idiomas y enormes cantidades de bots circulan en redes como Twitter. Estos se encargan de difundir falsos testimonios sobre ese ‘genocidio’ que Putin alega que está sucediendo en Ucrania.
La represión sigue existiendo en una Rusia que ya no es comunista, porque los estados totalitarios, no importa de qué ideología sean, se rigen bajo las mismas normas. Y a su vez, las técnicas de desinformación son mucho más refinadas que antes, y hacen más necesaria que nunca una alfabetización digital.