MARINA LAJO TRAPOTE | Fotografía: Marina Lajo |
La leyenda de esta silla de remonta a 1550 cuando se fundó la primera Cátedra de Anatomía Humana de España, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. Esta cátedra estaba dirigida por el granadino Alonso Rodríguez de Guevara, que llevó a cabo las primeras disecciones humanas en España. Sus investigaciones de la anatomía humana se pudieron realizar gracias a un permiso real.
A esta universidad acudió un joven portugués de unos veinte años de edad. Su nombre era Andrés de Proaza y tenía un gran interés por la medicina, pero sobre todo por la anatomía humana. Se decía que tenía mucha curiosidad por estos temas.
El mismo año que llegó a Valladolid este joven sefardí un niño de unos nueve años de edad desapareció cerca de la calle Esgueva. Esta ubicación estaba cerca de la casa que el portugués había alquilado. Los vecinos de la zona denunciaron ante las autoridades que en el sótano de la casa, que daba a la calle Solanilla, se podían oír llantos y gritos. Además, por el desagüe salía agua manchada con sangre.
Las autoridades acudieron al hogar de Andrés tras las denuncias e irrumpieron en la casa. Lo que no se esperaban era encontrarse con tal espeluznante escena. En el sótano de la vivienda encontraron una mesa de madera con el cuerpo del niño descuartizado, y a su lado los órganos dispersos. También había cadáveres de perros y gatos diseccionados.
El sefardí confesó en ese momento entre llantos que él era el responsable de todo. Dijo que tenía un pacto con el Diablo, que se le había aparecido a través de la silla de su escritorio. Cuando se sentaba entraba en trance y solo era capaz de escribir macabros textos nigrománticos, o detallados relatos de cómo realizar una autopsia a una persona viva. Andrés confesó que si llevaba a cabo lo dictado por el diablo, el propio Satán le concedería la sabiduría del mundo de la medicina.

Tras ser detenido se procedió a inspeccionar el resto del domicilio y se encontró la silla de la que hablaba el joven. Era un mueble nuevo, del siglo XVI, con brazos de madera de nogal desmontables que tenía el respaldo y el asiento de cuero decorado con motivos florales. A simple vista no tenía nada extraño. Pero según la leyenda el portugués fue condenado a morir en la hoguera, según dictó el tribunal de la Santa Inquisición.

Tras la muerte del joven, sus bienes salieron a subasta pública, pero nadie compró los muebles debido a la fama demoniaca que tenían. Finalmente, acabaron en algún almacén y, poco después, formaron parte del mobiliario de la Universidad de Valladolid.
La historia pucelana afirma que aquel que se sienta en la silla del diablo y no está estudiando medicina, muere a cabo de dos o tres días. Pero si es médico o va a serlo podrá adquirir todo el conocimiento sobre las curas y enfermedades del mundo.
Sin embargo, algo debió de pasar con la silla, porque no se catalogó hasta pleno siglo XX en una extraña ubicación: la antigua capilla de la Universidad de Valladolid. Se encontraba sujeto a la pared boca abajo y a una altura prudente para que nadie pudiera sentarse.
Los rumores populares cuentan que un vigilante nocturno de la Universidad se sentó en la silla de manera equivocada y falleció poco después. Esto sería una simple anécdota si no fuera porque durante unas obras de la Universidad un albañil se sentó en la silla y a los pocos días murió. Las dos muertes tan seguidas reavivaron el mito de la silla del diablo.

Actualmente, la silla se encuentra en el Museo Arqueológico de Valladolid, Palacio de Fabio Nelli. ¿Se atreverá algún estudiante de medicina a sentarse para adquirir toda la sabiduría?
